En una montaña con frondosos árboles y gran diversidad de
animales vivía una mujer viuda con su hijo de tan solo 7 años de edad, al cual
desde hacía 3 años había educado sola sin nadie que le ayudara o le aconsejara
en lo más mínimo.
De lo más alto de esa montaña se miraba una gran ciudad
que estaba cerca pero que nunca visitaban por miedo a los peligros que en ella
se encontraban.
La madre era amorosa, atenta, alegre, compasiva y
consentía mucho a su hijo ya que era lo que más amaba y el único recuerdo de su
querido esposo que aun quería con toda su alma.
El pequeño niño, obediente y cariñoso con su madre, poco
a poco iba creciendo y cuando cumplió 13 años decía que era el hombre de la
casa y todo aquel cariño hacia su madre fue disminuyendo y se convirtió en un
ser frio y duro de corazón.
Cuando el pequeño descubrió aquella enorme cuidad le
pregunto a su madre,
-¿Por qué no vamos a ese enorme poblado?-, a lo que la
madre contesto, - la razón por la que no vamos allá es el peligro. Peligro a la
envidia, coraje, venganza, y libertinaje de las personas.-
Pero el muchachito con deseo de conocer algo nuevo, una
noche se escapó de su casa y se dirigió a la cuidad sin pensar en las
consecuencias y en lo que causaría a su madre al enterarse de que había
escapado para ir a la cuidad.
A la mañana siguiente la pobre mujer como de costumbre
levantaba a si hijo para trabajar en los campos cultivaban frutas y verduras
para su consumo, pero al encontrar la cama bacía muchos pensamientos se
vinieron a la cabeza de la pobre madre pero el más horrendo y desgraciadamente el correcto, su hijo se
había ido a la ciudad.
La madre con el corazón destrozado en mil pedazos como si
lo hubieran pisoteado y arrastrado por el peor de los terrenos que hay sobre la
tierra, se dirigió a la cuidad en busca de su pequeño.
La pobre mujer lloraba desconsolada y triste, y no dejaba
de pensar en su hijo. Busco y busco por todas partes día y noche, hasta que una
tarde miro a un jovencito tirado en una banqueta lloraba muy mal herido y cual
fue para su sorpresa al ver que era su pequeño que había sufrido un accidente a
causa de un automóvil. En ese momento la madre sintió que en ese momento el
alma le regresaba al cuerpo, como si volviera a respirar.
La madre lo tomo en sus brazos, llorando y diciéndole que
lo amaba, a lo que el hijo solo pudo decir dos palabras, -perdón mamá-.
La madre cargo a su hijo hasta su casa donde curó las
heridas y estuvo muy pendiente de su hijo hasta que recupero la salud. Este
jovencito tuvo una prueba muy clara del amor de una madre y aprendió una
importante lección.
“Vale la pena hacerle caso a nuestras madres”
Camilo Solórzano Solórzano
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